En un mundo moderno y tecnológico como el actual pareciera mentira que las relaciones materno-filiales pudiesen permanecer intactas con el paso del tiempo. Los choques generacionales cada vez se hacen más evidentes, sin embargo, con Viaje al cuarto de una madre (2018), -el primer largometraje de la sevillana Celia Rico y siendo como fue muy bien recibida en el Festival de Cine de San Sebastián-, nadie queda exento de verse en la piel de los personajes principales.
Índice de contenidos
- Viajando a través de los sentimientos: lo personal se universaliza.
- La irremediable partida del hogar.
- Remiendos alrededor de una mesa camilla.
- Viaje a EL CUARTO DE UNA MADRE: la importancia de los espacios.
- Una película de mujeres al puro estilo costumbrista de Ozu.
Viajando a través de los sentimientos: lo personal se universaliza
En el filme se muestra cómo una costurera y su hija, tras la reciente pérdida del marido y padre, y frente al aferramiento de una y al deseo de independencia de la otra, experimentan un cambio en su relación.
Lo que en primera instancia parece una premisa simple se convierte en una película intimista que explota los sentimientos complejos, sobre todo, gracias a las actuaciones de Lola Dueñas –Mar adentro (2004), Los amantes pasajeros (2013), Volver (2006)- y Anna Castillo –El olivo (2016), La llamada (2017)- que interpretan un guion tanto dramático como cómico desde la naturalidad, algo que ensalza la conexión entre las dos actrices. Esto otorga veracidad al vínculo madre e hija, el cual puede observarse a través de todos los pequeños detalles entre ambas, que a su vez representan la vida de un pequeño pueblo.
Viaje al cuarto de una madre es una película que irradia cotidianeidad por los cuatro costados, y es por ello que es tan fácil empatizar con los personajes. Son los pequeños detalles del día a día, a pesar de parecer pertenecientes a un plano meramente individual, los que se universalizan, creando una complicidad irremediable.
Se trata, nada más y nada menos, de la historia de los vínculos entre madres e hijas, que, a pesar de fuertes, son muy difíciles de cuidar. Es esta ardua tarea la que Celia Rico muestra en su obra prima, poniendo voz a ambas partes de la historia.
La irremediable partida del hogar
Con una cámara estática y unos planos intimistas, Celia Rico, ganadora del premio Gaudí en 2013 con su corto Luisa no está en casa (2012), consigue retratar una vida tranquila, pero a veces agobiante, basada en su propia adolescencia, aunque la película no sea del todo autobiográfica.
Acostumbrados a las superproducciones de Hollywood, Viaje al cuarto de una madre pareciera un filme lowcost, ya que se trata de un proyecto muy humilde y sencillo a nivel técnico y visual. Esto es debido a la escasez de localizaciones. El espacio principal es el apartamento de las protagonistas, para dotar a la película del tono intimista y costumbrista que pretende.
Celia Rico aprovecha los espacios pequeños para grabar la cotidianeidad, sin necesidad de objetivos de grandes ángulos, pues su intención es reducir y no expandir, para poder enfocar y hacer énfasis en los detalles. Es así como se observan las acciones de los personajes, los objetos o simplemente los espacios del hogar, dando la sensación de que la cámara está escondida, agazapada, mientras espía a los personajes en su día a día.
Viaje al cuarto de una madre se rodó en Constantina, un pueblo sevillano al que pertenece la directora. Así, gracias a la cercanía de su antigua casa, consigue un tono calmado y sereno a la hora de contar una verdad difícil de escuchar tanto para madres como para hijas: la irremediable partida del hogar.
Remiendos alrededor de una mesa camilla
La cotidianeidad es la tónica del largometraje, siendo constantes las escenas de reunión alrededor de una mesa camilla y conversaciones casuales sobre, por ejemplo, un calcetín roto para encontrarlo después remendado por la madre.
Además de esta dinámica, al tener que enfrentar una separación, se observa a una madre que tiene que lidiar con una absoluta soledad a la vez que con una preocupación constante por su hija Leonor (Anna Castillo). Esto se refleja, por ejemplo, en el momento en que el teléfono es la única vía de comunicación entre ambas y la madre no se despega de él. Una escena entrañable a la par que cómica es cuando Estrella (Lola Dueñas) se despierta con la televisión creyendo haber oído sonar el teléfono.
La película nos ofrece un guion lleno de detalles que pueden provocar más de una sonrisa. Como los paquetes que manda Estrella a su hija repletos de jamón serrano o que vista el albornoz amarillo de Leonor tras salir de la ducha aprisa para contestar el teléfono.
Viaje a EL CUARTO DE UNA MADRE: la importancia de los espacios
En Viaje al cuarto de una madre la cámara no sale fuera de la casa del pueblo donde ambas viven -a excepción de unos pocos planos-. El título del largometraje refleja la importancia del cuarto de Estrella, así como el viaje de vuelta de Leonor, que ahora solo está de visita.
Es en el cuarto de la madre donde sucede una de las escenas más emotivas, en la que Leonor toca el acordeón de su padre y consigue reconciliarse con su recuerdo, así como hacía su madre poco antes al desplazarse hacia la cama de su marido y, en el siguiente plano, sacando sus camisas del armario.
Por otro lado, se observa también esta importancia de los espacios en el momento en el que ya no hay una mesa camilla, sino una mesa de café. Es justo en esta escena donde vemos el cambio de tornas en los personajes y la evolución de cada una. A Leonor le gustaba más la mesa de antes, nostálgica de la protección y cobijo del hogar, y a Estrella le gusta más la nueva, denotando su independencia repentina respecto de su hija.
De esta forma, la cinta pasa por las respectivas culpabilidades de madre e hija ante una nueva situación. Como Leonor poniéndose un vestido hecho por su madre para contentarla tras decirle que quiere irse del hogar; o como Estrella comprándole a su hija unas botas como símbolo de apoyo para que finalmente pueda irse.
Una película de mujeres al puro estilo costumbrista de Ozu
Es inevitable reparar en la influencia de Yasujiro Ozu en Viaje al cuarto de una madre. Este reconocido director japonés mostró su capacidad de mostrar el paso del tiempo en un cine intimista, con planos bajos, casi a ras de suelo y grabando en espacios reducidos. Además, Ozu se caracterizó por rodar con una focal de 50 mm. para dotar de sus creaciones de continuidad visual y acercarlas lo máximo posible a la perspectiva humana.
A pesar de que Celia Rico focalice su historia en las vivencias de las mujeres de manera exclusiva, se podría realizar una comparación entre esta historia cotidiana con la de Cuentos de Tokio (1953) de Ozu. Este filme cuenta la historia de unos padres, de orígenes rurales, que van a visitar a sus hijos, muy ocupados, que ahora viven en la ciudad.
Así, se observa no solo una influencia evidente de Ozu en los tipos de plano en Viaje al cuarto de una madre, sino también en la temática del inevitable choque generacional entre padres e hijos que a veces, incluso es capaz de generar un abismo entre ellos.
Con un tono pausado, necesario para profundizar en los personajes, y sin banda sonora que guíe los sentimientos, Celia Rico gana la apuesta y consigue exponer qué hay detrás de los apodos “madre” e “hija”, demostrando que son mucho más de lo que nos acostumbra la sociedad. Ni la primera es una superheroína, ni la segunda es una mera ramificación de la primera: ante todo, siguen siendo humanas que requieren cuidados y que necesitan su propio espacio.
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Periodista y creadora audiovisual, fotógrafa, compositora y productora musical. Con una novela publicada con apenas catorce años, siempre ha sido una apasionada de la literatura, así como del cine. Redactora en Cultugrafía.