Trono de Sangre (1957), de Akira Kurosawa, se erige como un pico inigualable en la adaptación de clásicos literarios al celuloide. Inspirada en Macbeth (1623) de William Shakespeare, la película transporta la tragedia del bardo británico al Japón feudal, logrando una fusión de elementos teatrales y cinematográficos que se convierte en un gran referente del séptimo arte. Enmarcada por la banda sonora lúgubre y atmosférica de Masaru Sato, la actuación hipnótica de Toshiro Mifune y la presencia siniestra de Isuzu Yamada como Lady Macbeth, “Trono de Sangre” reinterpreta el arquetipo de la lucha por el poder y sus consecuencias catastróficas.
La historia de Macbeth, un hombre cuyo destino es sellado por una profecía y la ambición desmedida, encuentra en Kurosawa un soplo de aire fresco, donde la tradición del teatro Noh se amalgama con la narrativa shakesperiana. Cada plano, cada movimiento de cámara, está impregnado de una búsqueda estética que evoca a los grandes maestros como Ingmar Bergman y Andrei Tarkovski, logrando una catarsis visual y emocional en el espectador. La película no sólo es una adaptación fiel, sino una reinvención que ofrece una reflexión profunda sobre el poder, la traición y la inevitabilidad del destino, elementos que continúan resonando en la cultura contemporánea y que hacen de Trono de Sangre una obra atemporal y esencial.
- El origen de la tragedia. Edipo rey.
- Un misterio llamado William Shakespeare.
- Cine y literatura. Akira Kurosawa.
- Macbeth y Trono de sangre. Entre la ambición y el destino.
- En busca de la composición perfecta.
- Akira Kurosawa: influencias y referente del cine y la literatura.
El origen de la tragedia. Edipo rey
Catarsis. Del antiguo griego, palabra que hace referencia al efecto purificador sanador que produce la tragedia en el espectador. Alrededor del siglo V antes de Cristo, nace el teatro en Grecia, y se configura de esta manera uno de los avances más importantes de la civilización occidental.
Con vestuarios, escenarios y músicas que ayudan a entender cada acción y transmitir así ideas, pensamientos y emociones. Con el objetivo de evadir y al mismo tiempo hacer reflexionar a los espectadores, se representan distintas historias desde templos en espacio abierto. Surge así el concepto de representación, entre la risa y el llanto, desde Aristófanes y sus comedias, a Esquilo, Eurípides y Sófocles y sus dramas. Homero y sus poemas épicos o Heródoto con sus primeros tratados históricos, en los que se desarrollan las grandes temáticas del ser humano y su existencia, y que constituye uno de los grandes hitos en la historia de la humanidad.
Dice Nietzsche que todo lo profundo ama la máscara, y desde entonces, las historias relacionadas con la lucha por el poder y sus consecuencias. Historias repletas de sangre, lealtades y traiciones, con extensos monólogos existenciales, intrigas políticas, guerras devastadoras y profundas reflexiones sobre la vida y la muerte. Temas que por un lado apasionan al espectador, y por otro, le sirven como advertencia en caso de atreverse a perseguir a ese sueño pesado como el plomo llamado poder. Y esa máscara, que finalmente es arrancada ante el público, para demostrar quién es de verdad ese personaje que habla, sueña, vive y muere en el escenario.
Es por aquella época también cuando los poderosos se miran en el oráculo de Delfos, donde buscaban respuesta a su futuro incierto, referencia que tendría siglos después una repercusión fundamental en el desarrollo de la sociedad occidental. Y de todas esas obras, Edipo Rey de Sófocles es la que mejor simboliza la tragedia clásica, la historia de un rey que mata a su padre y mantiene una relación incestuosa con su madre, esa historia que verá la luz de distintas formas siglos después, la historia de un poderoso que sin embargo no puede escapar a su destino dramático.
Un misterio llamado William Shakespeare
Desde esa antigüedad clásica, con el imperio romano y su lucha contra los pueblos bárbaros, hasta la edad media y sus distintas vertientes en Europa, se suceden sin cesar numerosas intrigas y luchas por el poder llenas de sangre y traición. Recogidas en extensos poemas épicos, como el de Beowulf y las sagas escandinavas del siglo VIII o el Cantar de Mio cid y los orígenes del castellano alrededor del 1200.
Hasta que muchas de ellas son recopiladas y sublimadas por un británico de origen misterioso durante el siglo XVI llamado William Shakespeare. A día de hoy, tanto su vida como su obra continúan envueltas en penumbra, como si fuera un mismo escenario al final de una de sus representaciones. Una colección de tragedias, comedias y poemas, que nos acompañan hasta nuestros días y que guardan la esencia, el nihilismo, la carga erótica y ese grito al abismo del bardo británico.
Descubierto, engrandecido y endiosado por los poetas románticos durante el siglo XIX, las piezas de Shakespeare, que se fusionan de una forma mágica, llenan páginas y comentarios acerca de su enorme capacidad, de las más alta cuotas del inglés, en historias que, como otros referentes de la literatura, abarcan toda la complejidad y esencia del alma humana. Y en uno de sus más reconocidos dramas, y quizás el más oscuro y tenebroso, Macbeth de 1606, junto a otros como Ricardo III en 1591, Otelo de 1603 o Hamlet en 1601.
En Macbeth, Shakespeare eleva una tragedia histórica y siniestra, cubierta de sangre, acero y desesperación, donde un hombre lucha por el poder, convencido por la sibilina e instigadora de sus crímenes, su esposa Lady Macbeth. Abundan también las numerosas representaciones pictóricas durante los siglos XVIII y XIX de esta tragedia, como las de Fuseli, Gustavo Dore, William Blake o Moreau.
Cine y literatura. La gran adaptación de Akira Kurosawa
Numeras versiones sobre la obra de Shakespeare abundan en el séptimo arte. Muchos son los expertos en el autor británico como Lawrence Olivier y Orson Welles, pero es sin duda, Trono de sangre (1957) una de las cimas de Akira Kurosawa. Experimentado con adaptaciones de otros clásicos como Vivir (1952), inspirada por La muerte de Iván Ilich (1886) de León Tolstói, o adaptaciones de Shakespeare posteriores como Ran (1985), basada en su obra El Rey Lear (1605); Trono de sangre se convierte por derecho propio en una de las imprescindibles con su fusión escenográfica y de vestuario. Con ambientaciones del teatro tradicional japonés y la hipnótica banda sonora de Masaru Sato, el histriónico Toshiro Mifune como protagonista y la siniestra Isuzu Yamada como su pérfida esposa, conlleva a otra obra maestra del director japonés. La obra de Kurosawa transporta el texto original de Shakespeare al Japón feudal de los samuráis. En mitad de las guerras medievales, nos encontramos con el legado del bardo británico en una de sus más conseguidas expresiones.
Macbeth y Trono de sangre. Entre la ambición y el destino
Después de ganar una importante batalla, una bruja le susurra al oído en un bosque al triunfante guerrero que un día será rey. Si los hados deciden hacerme rey, lo harán sin que yo busque la corona, dice más tarde Macbeth. Y lo hace como si fuera ese oráculo de la antigüedad, en el que miraban su futuro los hombres poderosos. Posteriormente, regresa a su castillo, donde finalmente convencido por su esposa y traicionando a su amigo, decide matar a su gobernante. De esta manera, la predicción de la bruja se convierte en sortilegio y maleficio al mismo tiempo. El viento constante y la penumbra representan las pasiones y la fuerza del protagonista, que parece en todo momento víctima de su destino y que parece no poder escapar del mismo. Más tarde y arrastrada por la culpa de su terrible crimen, Lady Macbeth se lava las manos que imagina cubiertas de sangre, en un plano descarnado y desolador. Y es esa terrible ambición la que les une y la que supondrá su final.
Finalmente, el nuevo rey es llevado por esa fuerza, representada por movimientos de cámara, atmósferas opresivas y un sonido ambiental de viento y angustia, como si los espíritus estuvieran presentes en todo momento, de manera que el propio espectador es arrastrado a un final vertiginoso, en el que el traidor es engañado por sus enemigos y más tarde asesinado por sus propios soldados, cumpliendo la segunda profecía de otra bruja que se le aparece antes de su última batalla.
En busca de la composición perfecta
Desde el punto de vista estrictamente cinematográfico, Trono de sangre no es sólo una de las mejores adaptaciones de Shakespeare a la gran pantalla, sino también una de las obras más profundas, intensas y virtuosas del séptimo arte. La colección de planos, con secuencias calmadas y otras llenas de ritmo y fuerza, más el vestuario y la dirección artística fusionada con esa banda sonora hipnótica y angustiante. Y en todo para esa búsqueda, como hicieron otros grandes directores como Ingmar Bergman, Alfred Hitchcock, Stanley Kubrick, Andréi Tarkovski, Fritz Lang o Murnau, de esa fusión perfecta entre texto, interpretación, música, fotografía y montaje en cada secuencia, para llegar a las formas más bellas e imperecederas del séptimo arte. Cada movimiento de cámara y cada plano nos traslada a ese viaje onírico y angustiante, con una constante atmósfera fantasmagórica, para conseguir esa catarsis que crearon los antiguos griegos y así curar las heridas de su alma.
Akira Kurosawa: influencias y referente del cine y la literatura
La película es de influencia enorme en autores posteriores como Steven Spielberg o el spaghetti western de Leone, la Scarface de Brian de Palma en 1983, la saga Kill Bill de Tarantino en los dos mil o la mística Excalibur de 1981; directores que continúan con el legado del maestro Kurosawa.
Y con el tema de una de las novelas más representativas de William Faulkner en 1929, El ruido y la furia y también como reflejó Borges en su «Cuento mágico» de la colección Ficciones en 1944; ambos recurren al tema del traidor y del héroe, mientras la sociedad se pregunta todavía por las causas de qué lleva al ser humano a buscar su propia perdición. La historia nos enseña que numerosos líderes políticos, cegados por la ambición y la soberbia, han seguido ese camino tortuoso de sangre y traición, para terminar cumpliendo una y otra vez el bíblico al que hierro mata, a hierro muere.
Anteriormente y en su estudio sobre las civilizaciones La rama dorada: un estudio sobre magia y religión de 1890, el antropólogo Frazer, tal y como hizo Conrad en El corazón de las tinieblas (1979) y su posterior adaptación al cine de Francis Ford Coppola, Apocalypsis Now (1979), se reflexiona sobre ese rey que debe matar al anterior para continuar con una saga donde la violencia es la herramienta de poder.
Una temática que se sigue desarrollando a lo largo del siglo XX en novelas del cacique de tradición hispánica, desde Tirano Banderas de Valle-Inclán en 1926, a El reino de este mundo de Carpentier en 1949, El señor presidente de Miguel Ángel Asturias en 1946, El otoño del patriarca de García Márquez en 1975, La fiesta del chivo de Vargas Llosa en el año 2000 o la obra cumbre de Juan Rulfo, Pedro Páramo de 1955. Con la misma temática y siempre desde una América, que como Juan Preciado, sigue buscando sus orígenes desesperadamente, con la historia del cacique asesinado en una plaza pública, como el propio padre de Juan Rulfo.
Una maldición que se repite sistemáticamente en la historia del ser humano y que nos hace preguntarnos sobre quién será ese heredero del próximo trono de sangre. Y pasan los siglos y se sigue reflexionando sobre lo mismo, con esa cita de Shakespeare, que todavía nos acompaña siglos después en nuestro incesante vagar por la tierra:
«La vida no es más que una sombra en marcha; un mal actor que se pavonea y se agita una hora en el escenario y después no vuelve a ser oído: es un cuento narrado por un idiota, lleno de ruido y de furia, que nada significa»
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