No salir al exterior sin un hombre, no escuchar música, no cantar, no hablar en público…, no hablar con otras mujeres. Los “estudiantes” parecen ir persiguiendo a las mujeres afganas con una jaula en la que encerrarlas. Al absurdo listado de prohibiciones vigentes parecen sumar cada semana una nueva restricción. Pero no servirá de nada: las afganas dentro y fuera del país se siguen rebelando a un destino injusto que pretende, a través de toda esta violencia de género, imponer una virtud que no es tal, porque significa el borrado de todas las mujeres no ya como seres sintientes, sino como seres humanos. Este texto quiere ser un homenaje a todas ellas a partir de mi experiencia en People HELP, una ong de la que soy socia fundadora y que me ha permitido acompañar a estas mujeres rebeldes, frente a esta cárcel que no merecen.
Ya lo dijo María Rosal en su soneto de aires quevedescos:
Érase un cráter dulce, almibarado,
era un hueco ancestral, grieta festiva,
érase cicatriz con lomo y giba,
érase una quimera de cuidado.
Era un cuenco de anís certificado,
érase una hendidura en ofensiva,
érase sombra astral, vuelta en ojiva.
Era un pozo sin fin, nunca saciado.
Era, según se mire, una chistera
guarida de ilusión.
Y es que ellos, los hombres machistas, no nos ven como una mujer completa. Muy al contrario, nos ven como esa metonímica hendidura, ya saben, la parte por el todo, con la que ofendemos a los bienpensantes, ellos. Somos el receptáculo de la vida, el sexo que los incita, el misil a punto de estallar para todo hombre muy hombre, incapaz de resistirse a la simple visión de una hembra.
- Mujeres afganas: de sujetos con derechos a objetos sin voz.
- Las sombras de las mujeres os perseguirán.
- El peligro de normalizar los pasos atrás.
- Las reflexiones de una mujer afgana: Khujsta Elha.
Mujeres afganas: de sujetos con derechos a objetos sin voz
Gracias a los talibanes, las mujeres afganas se ven con otros ojos. Gracias a ellos han pasado de buscar quiénes son a decidir lo que son y lo que quieren ser. No es que muchas no lo supieran, pero su terquedad en legislar siempre en contra de las mujeres, su obstinación en perseguirlas en todas las esferas de la vida y el afán de eliminarlas del espacio público han conseguido justo el efecto contrario. Es verdad que no dispongo de información sobre todas las mujeres de ese país asiático, pero haciendo un pequeño muestreo de las que conozco gracias a colaborar en People Help no me salen las cuentas.
Tenemos por una parte a Yasamin y Farkhunda, profesionales muy preparadas en esto de la gestión y control de finanzas que, lejos de quedarse a ver qué pasaba, optaron por salir del país. Ahora, tras una breve estancia en España exploran otros países que aprecien su buen hacer. Está Mahbooba, a la que quisieron obligar a dejar de vestir como jugadora de voleibol. Porque en palabras de Machado: “El ojo que ves/ no es ojo porque tú lo veas/ es ojo porque te ve” y el defecto no está en su caso en el uniforme deportivo, sino en la mirada turbia de quien en un pantaloncillo corto o en una camiseta por la que asoma un codo ve lujuria y no comodidad para rematar el tanto. O Khatera que, desde su silla de ruedas, es un testimonio viviente de los derechos de las mujeres con discapacidad. Tenemos a Manizha, que no se ha conformado con ser la primera b-girl afgana en unas Olimpiadas, sino que se atrevió a ser penalizada por lucir esas alas azules en defensa de sus compatriotas. Y está Fayeza, por supuesto, que con su vocecilla en un recatado inglés mantiene su temeraria lucha en las redes contra los talibanes para denunciar una, dos, tres veces al día y las que haga falta los crímenes de lesa humanidad que significa este apartheid de género. Gracias a los talibanes el mundo ve con otros ojos a las mujeres afganas. Las hemos visto fuertes, empoderadas, convencidas de no callarse y de seguir gritando, cantando y molestando a todo aquel que quiera silenciarlas.
Las sombras de las mujeres os perseguirán
Así que, no, los hijos bastardos del Corán, estos que se llaman estudiantes no han analizado bien la situación, porque su autoritarismo y crueldad está obligando a las mujeres a transformarse en sombras en las calles con esos burkas que las desdibujan, pero el efecto no deseado es que cada vez son más las mujeres que se rebelan contra el sometimiento. Bien es verdad que el poder coercitivo está en manos de quienes gobiernan el país, pero como sucede en Irán, sus días están contados.
De todas formas, no olvidemos que tanto daño hacen los integristas como les permitimos, porque siempre hay algún Mohammad Khalid Hanafi, ministro de la Virtud y el Vicio, dispuesto a regular sobre la decencia provisto de un arma tan poderosa como la sharía.
Pero somos el resto, la comunidad internacional quienes debemos recordarles que, al menos desde Olympia de Gouges nos sabemos seres humanos, gracias a esa Declaración de unos derechos universales de la Mujer y la Ciudadana. No es que antes no lo fuéramos, sino que nadie se había atrevido a explicitarlo en un documento. ¡Y qué importantes son las declaraciones y los actos públicos! Por ejemplo, el hecho de que haya gobiernos de otros países que se hayan atrevido a reconocer ya formalmente al vergonzoso régimen talibán o que haya representantes internacionales que se reúnen con ellos. La torpeza es completa si pensamos que en esas reuniones siempre han sido hombres quienes han asistido. Hombres, hablando de cosas de hombres, como cuando en España las mujeres no podíamos abrir ni una cuenta bancaria y nuestra mayor ilusión debía ser servir un brandy en copa de balón a nuestro dueño y señor.
El peligro de normalizar los pasos atrás
Siempre pensamos que la persecución contra las mujeres afganas de los talibanes nos queda muy lejos. Creemos falsamente que la eliminación de las mujeres de la esfera pública es algo ajeno a nuestras sociedades. No, nosotras hemos estado ahí. No, nosotras, en muchos ámbitos seguimos estando ahí. Seguimos ausentes de muchos consejos de administración. Seguimos siendo cuestionadas como víctimas de la violencia de género, esa que aplican los talibanes como norma generalizada y que dicen criticar hasta los más ultraderechistas de entre los nuestros. Seguimos observando con estupor en redes que ser una tradwife sea tendencia y no retroceso. Así que no, no estamos tan lejos de que alguien lea con atención esa doctrina para la “Propagación de la Virtud y la Prevención del Vicio”. De hecho, el borrado o el apantallamiento de la comunidad lgtbi es algo que ya está en marcha en muchos gobiernos autonómicos de España. Una vez más, gracias a los talibanes por servirnos de ejemplo y advertencia de cuáles son los riesgos que un retroceso supone en una sociedad moderna.
Confiemos de todas formas en la madurez de las mujeres. Carol Gillian, la misma que aseguró que “To have a voice is to be human. To have something to say is to be a person. But speaking depends on listening and being heard; it is an intensely relational act”, diría que las mujeres afganas han pasado a la etapa postconvencional de un plumazo y a tomar las riendas de sus vidas hartas de tanta estupidez, misoginia y miedo como el que mueve a los dictadores. Y gracias a los talibanes lo que era un cambio de régimen en un país inestable se está convirtiendo en un clamor imparable a favor de la vuelta a la democracia. Ahora sólo queda que los gobiernos de todas las democracias se decidan a plantar cara a esta vergüenza que es un sistema opresor para las mujeres, aislacionista y medieval de manera decidida. Para que las mujeres afganas no piensen que somos los demás quienes no tenemos claro quiénes somos y qué valores debemos defender cueste lo que cueste.
Las reflexiones de una mujer afgana: Khujsta Elha
“Creo que la libertad consiste en que las mujeres podamos estudiar y trabajar, expresar nuestros pensamientos y vivir sin miedo a las restricciones. En los últimos veinte años, las mujeres teníamos libertades que nos permitían manifestarnos en la sociedad; teníamos derecho a trabajar, estudiar y participar en actividades sociales y políticas. Ahora, las mujeres de Afganistán no tienen derechos y, según el último decreto de los talibanes, hasta el sonido de la palabra femenina se considera prohibido, incluso entre mujeres. Esto refleja una mentalidad estancada y trágica, que conduce a las mujeres hacia la destrucción total. Las mujeres en Afganistán viven como dentro de una cárcel”.
“Como mujer, actualmente (en Alemania) disfruto de libertad; tengo derecho a trabajar y a vivir una vida humana, y no se me impone ninguna cuestión. He saboreado la verdadera libertad y comprendo que es una bendición que, si se concede a las mujeres, les permite convertirse en miembros beneficiosos y eficaces de la sociedad. Por libertad entiendo el derecho a elegir, que puede aplicarse a cualquier ámbito, incluido el trabajo, las actividades, la vida y la vestimenta. Esto es algo que las mujeres afganas nunca han experimentado plenamente, e incluso lo poco que tenían les ha sido arrebatado por los talibanes”.
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Autora de Satisfacciones de esclavo y Simone de Beauvoir, periodista cultural y comunicadora en instituciones. Aunque me siento muy seguidora de Bartleby y su preferiría no hacerlo, la injusticia me hace actuar y en eso, creo que soy pertinaz como la sequía.