A menudo me encuentro con escritores que no son conscientes de las novelas que han escrito. O, mejor dicho, del talento que tienen las novelas que han escrito. Y este creo que fue el caso de Emilio Moya. A Moya ya le venían advirtiendo sus lectores. No solo le pedían la continuación de su ópera prima, La duda, sino que alababan la misma.
Emilio Moya proviene de un mundo de números. Ya sabéis eso de la eterna separación entre las letras y… Así que seguramente que el primer sorprendido en esta incursión tan abrupta en el mundo literario sea él. Se lo preguntan a menudo, que qué hace un físico escribiendo libros, como si estos solo pudieran ser escritos por un tipo de persona específica. Lo que pasa que con el tiempo no te llegas a creer ciertas cosas a menos que parezca que formas parte de ellas y, quizás, también, por eso, La duda tuvo una publicación tímida hasta que, este año, Emilio ha decidido reeditarla y darle una continuación. Por los lectores. Por los que les va a gustar sin que aún sepan que les va a gustar. Y porque en el fondo, cuando alguien escribe una buena obra, tiene un pálpito que cada vez suena más fuerte.
- Qué hace un físico escribiendo libros.
- El pálpito de Emilio Moya.
- Por qué hablo de La duda y su escritor.
- A favor de su lectura.
- «La duda» y su paso por la peluquería.
Qué hace un físico escribiendo libros
Parémonos un momento en analizar las características de un escritor. Ya solo con usar el masculino neutro, seguramente, nos venga a la cabeza un hombre. Si tiene una pipa, mejor. Está sentado a la mesa con otros hombres. Fuman y hablan. Hablan de cosas cultas, por supuesto. Y son muy leídos. Citan a James Joyce y debaten sobre si Gabriel García Márquez es un escritor de culto. No importa si tienen alguna carrera universitaria o si trabajan en alguna otra cosa que no sea escribir porque el perfil de un juntaletras es más poderoso que su oficio. Y, lógicamente, estoy creando una caricatura de alguien que escribe porque no tiene por qué ser así.
En verdad, pienso que si se escribe es porque se necesita. No para comer, sí para vivir. Así que posiblemente nos encontremos de vez en cuando con un físico. Quizás con una mujer bombero. Puede que con un contorsionista retirado del circo. O con una estudiante de Filosofía.
Emilio es lo primero: físico. Podía haber sido cualquier otra cosa y, de igual manera, escribir.
El pálpito de Emilio Moya
Según la RAE, un pálpito es un presentimiento, una corazonada. Sospecha, barrunto, intuición. Vamos, que ya sabes lo que sabes.
Al trabajar con libros continuamente, llegan a mí escritores que intuyen que su novela puede ser interesante, pero que se sienten más cómodos ignorándolo. Es cierto que, en este mundo de constante utilidad, afirmar que eres bueno en algo como escribir puede ser un sacrilegio. Si eres bueno cambiando una bombilla serás más útil que si eres bueno escribiendo sobre esa bombilla. Lo segundo es para bohemios y soñadores. Lo que pasa es que el pálpito está ahí contigo cada noche, cada mañana. Te habla, te grita. Hasta que vas a ver a un psicólogo o vienes a verme a mí (que por azares de la vida también soy psicóloga). Y, casualmente, descubrimos juntos que tu novela, en efecto, es interesante.
Por qué hablo de La duda y su autor
La duda habla de un hombre, Lorenzo, que está bastante deprimido y hastiado con la existencia, pero que se levanta de nuevo. Y también de un autor que no sabía si merecía la pena seguir escribiendo o incluso seguir enseñando lo ya escrito y se enreda con el pálpito y comienza a creer que sí. Va de personas, porque estamos todos en el mismo saco y a mí me recuerdo un poco a un grupo más grande que Emilio y que La duda. Como ya he dicho, me vienen a la mente todos los que escondemos nuestra valía, nuestro «eso que hacemos bien, pero que nadie lo sepa».
Es más necesario que nunca afirmarnos. Volver a leer nuestro libro y retomarlo. Ser lo que sea que seamos, pero escribiendo. Escuchar lo bueno que dicen de uno. Reeditarnos. Y continuarnos.
Posiblemente, ya lo he dicho.
Emilio Moya es un escritor sin pretensiones que decidió publicar su primera novela, La duda, un thriller y tragicomedia bastante ecléctico y atemporal, hace ya algún tiempo. Él me dio la impresión de que sabía que había escrito algo valioso, pero que no se convencía de ello. Así que me inspiró a reflexionar acerca del oficio de escribir y sus secretos. Porque, a veces, escribir es un secreto. Y creerse escritor es como abrir una caja fuerte.
A favor de su lectura
Quizá el principal valor de esta obra sea la capacidad del autor para hacer reír y hacer llorar, para invitar de repente al lector a pararse y reflexionar. Tal vez sea esa virtud para sacarse un giro inesperado de la manga, o para profanar las esperanzas de unos o de otros con un final que no vieron venir. No podría optar con seguridad por nada de esto, porque cuando una lee La duda, es inevitable tener la impresión de que el verdadero valor es el viaje y no el destino.
Sí, el final merece mucho la pena, desde luego, pero lo que creo que da a Emilio Moya verdadero valor como escritor es el devenir que plantea a sus personajes. El viaje de Lorenzo es mucho más importante que a dónde va, porque creo que el lector va a disfrutar de verdad de acompañarlo, y de llegar con él a su coche y tropezar con esas misteriosas notas que alguien le deja; de vivir su desconcierto. También de su amistad con Ignacio, o de ese misterioso personaje femenino que no va a dejar a nadie indiferente.
Y, personalmente, considero que lo más importante que un autor puede regalar a sus lectores es la atmósfera. Ser capaz de meterlos de lleno en una historia que solo está en la cabeza de quien la escribe hasta que consigue conectar con quien la lee. En este sentido, Emilio también lo ha logrado, pues sentimos sobre nuestros hombros la pesada carga que la cotidianidad imprime, así como el agobio por una existencia que, si bien no es propia, ciertamente sí nos pertenece en el momento en que decidimos adentrarnos en La duda.
«La duda» y su paso por la peluquería
En estos momentos, Emilio ha rescatado su novela y la ha reeditado. Ha cambiado la portada y le ha dado ese aire nuevo que se merece. Hace tiempo alguien me dijo que cuando se produce un cambio interior, también se refleja en un cambio exterior (como un corte de pelo), así que digamos que La duda ha pasado por la peluquería. Y cuán importante es este paso. Dar una oportunidad a aquello que escribimos y que publicamos quitándonos la etiqueta de «sin pretensiones». La pretensión es creer en ti.
La reedición se la he recomendado yo, lo reconozco. Me gusta, cuando un libro lleva aparcado durante bastante tiempo, que el escritor conecte sus decisiones con sus actos y le dé una nueva vida. La cosa ya se pone seria entonces. De hecho, hasta ha terminado la continuación que tanto le estaban pidiendo sus lectores y que él, confuso de sí, se estaba yendo por otros derroteros empezando un nuevo proyecto literario y dejando este atrás.
Entonces, por qué hablo de Emilio Moya y La duda.
Porque es un buen ejemplo de talento e inseguridad. Porque nos habla de qué es ser escritor y nos responde que uno podría serlo y ser también cualquier otra cosa. También me lleva a la intuición que nos acompaña desde muy adentro. Y a la literatura propiamente dicha. A recomendar, en última instancia, una buena novela, escrita también por un también buen hombre. Porque si el escritor tiene buen corazón, es doblemente bueno.
Ah. Y además es una buena excusa para hablar de «el pálpito».
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Eva Fraile, psicóloga, agente literaria, asesora editorial, creadora de proyectos creativos para escritores y editora de la revista cultural La Reina Lectora. También es escritora con Cura mi corazón.