El consumo y distribución de arte sigue siendo mínimo, y se debe a la enorme cantidad de ocio y entretenimiento que nuestra sociedad hiperestimulada trae. Quizás educar más y mejor para involucrar al espectador en el consumo de arte y cultura sea el comienzo, desde el hogar y la escuela hasta los medios de comunicación. Esto dependerá, claro está, de la idiosincrasia de cada región. De nada servirá iniciativa alguna cuando el problema es de base, y es que en países donde predomina el entretenimiento -no confundir con CULTURA- de poco servirá iniciativa alguna por buena que sea. Toda esta reivindicación, siendo demasiado optimistas y obviando que el mercado del arte tiene la mancha del elitismo que comenzaba con aquellos mecenas y patronos que financiaban obras para hacer alarde de su poder.
- Arte de lujo: inversión, blanqueo y especulación.
- El acceso a los museos debería ser gratuito.
- Democratización de la cultura y degradación del gusto.
- Dictadura del clic. La crítica cultural convertida en un estercolero.
- Arte y cultura: vehículos provocadores de cambio.
- La polémica como aliada del artista.
- Espectador, deja que el artista te guie.
Arte de lujo: inversión, blanqueo y especulación
La relación entre artista y patrón cambió de dirección, ya que antes se pagaba al artista para que hiciera la obra, y ahora se le paga tras haberla hecho (obviamente siguen existiendo los encargos). Otorgando así la importancia que merece al artista emancipado e independiente que crea para expresar lo que quiere (qué es un artista), éste gana respecto al señorito -sí, aquel que salvaguarda su fortuna en cajas fuertes y en las Islas Caimán-, ya que, y recordando El capital (1872) de Marx, antes, el patrón encargaba la obra a priori desde su valor de uso (tiempo y recursos empleados), y ahora, adquiere la obra del artista independiente a posteriori desde su valor de cambio (el precio lo marca el mercado y la economía).
Es una suerte que hoy el espectador pueda disfrutar del arte a distancia, a través de una pantalla con conexión a internet -nada que ver con el aura de Walter Benjamin, que solo es captada contemplando directamente la obra- y que, por justicia poética, sea el comprador de arte víctima de la propia especulación del mercado en el que ha debido verse involucrado para hacerse con su fortuna. Además, queda ya algo lejana la demostración de poder o incluso el deleite y placer de sus antecesores los patronos, a lo que hemos de añadir otros fines: inversión, blanqueo o especulación.
El acceso a los museos debería ser gratuito
Volviendo al espectador, uno de los protagonistas de este artículo, no olvidemos el atributo más importante de todos: la educación. Algo que nos hace mirar directamente hacia los poderes públicos. ¿Nunca lo habéis oído mencionar a nadie? “El acceso a los museos debería ser gratuito”. Y es que el uso que merecen debería ser mayor que su empleo actual: reclamo que recauda y alimenta el turismo de masas.
Si soñamos un poco, podemos imaginar una España con entrada libre a los grandes museos (como la National Gallery, el British Museum o el Tate Modern de Londres). Debemos empezar con una educación adecuada que empiece en el jardín de infancia, y que haga reflexionar a los grandes capitales para hacerles ver que invertir en arte o cultura les hace más filántropos que financiando un club de fútbol.
Además, no hay más que mirar hacia la televisión, radio o prensa para darnos cuenta del espacio mínimo que los medios de comunicación de masas dejan para el arte. Al menos ahora, con internet, todos podemos acceder a la información que queramos y consumir arte sin tener que ir a ningún museo, galería o esperar a que nos informe ningún medio de comunicación. Un arma de doble filo ¿no? Internet ha perjudicado al negocio tradicional y acomodado de las galerías, pero ha beneficiado no solo al libre acceso de la información, sino a la posibilidad de hacernos valer por nosotros mismos sin necesidad de intermediarios.
Democratización de la cultura y degradación del gusto
Recordamos ahora a los Apocalípticos e integrados (1964) de Umberto Eco, el cual hablaba de la degradación del gusto por un lado y la democratización de la cultura por el otro. Nada lejos de la realidad si tenemos en cuenta a la audiencia participativa de nuestros días: bloggers, youtubers, instagramers, tiktokers y demás productores de contenidos de la red. Podríamos decir que se han dado ambas cosas, y que en su unión, la democratización de la cultura ha traído consigo una degradación del gusto.
Es comprensible que Eco diferenciara entre estos dos grupos si resumimos brevemente que mientras los teóricos de la perspectiva funcionalista (integrados) dedicaban su esfuerzo a estudiar los diversos usos de los medios para llegar a la masa, investigando sobre perfiles y audiencias; los teóricos de la perspectiva crítica (apocalípticos) se preocupaban por el efecto negativo que los medios podían generar en la sociedad.
“Muchos verán un peligro en esta hegemonía cada vez mayor de lo amateur, llegando a considerar el modelo estético de la Web 2.0 como el propio de una oclocracia, esto es, como el de una de las formas específicas de degeneración de la democracia, como un gobierno estético de la ‘muchedumbre’ «
(Martín Prada, 2012:41).
Dictadura del clic. La crítica cultural convertida en un estercolero
Con respecto a la prensa y los críticos, siempre ha sido importante su criterio como líderes de opinión para sentar ciertas bases de “calidad” así como para la evolución de la carrera del artista. Pero si la opinión del crítico se ve hoy día mermada puede que sea por la multitud de voces que tienen validez cuando hablamos de cultura. En gran medida debido a internet, pero también a la naturaleza multidisciplinar del arte contemporáneo, donde los expertos de todas esas otras disciplinas ahora también tienen voz.
La opinión del crítico sigue existiendo, pero cuesta verla detrás de todo el humo que red y medios tradicionales ponen en primer plano. A raíz de ello toman mayor importancia los comentarios de aquellos periodistas, comisarios o artistas que más seguidores tienen en redes sociales y más aparecen en los medios de comunicación. Todo esto, y aquí vuelve esa arma de doble filo, contando con que toda audiencia, desde el individuo más ilustrado hasta el más patán puede ser influencer y lanzar comentarios desde su blog, Instagram, Facebook, Youtube, etc. No hay ninguna concordancia ni criterio entre el número de seguidores y la calidad de una crítica, y para los apocalípticos, sin duda, la dictadura del clic ha convertido la crítica cultural en un estercolero.
Arte y cultura: vehículos provocadores de cambio
Cabe imaginar una sociedad donde el simple hecho de contemplar una obra de arte sirva para incitar a la reflexión. Que arte y cultura sean el vehículo para crear un mundo mejor además de para añadirle color o mero entretenimiento. Del artista debe nacer el empeño, y del espectador acogerlo. Y aunque la audiencia sea un ente indomable cargado de azar y ambivalencia, es el único capaz de provocar cambios. Tesis ambiciosa pero que se ha repetido a través de ideas revolucionarias a lo largo de la historia (Lutero; Rousseau, Voltaire y Montesquieu; Marx…). La audiencia convertida en contrapoder, el cual puede manifestarse en busca de una mejora social denunciando -desde la producción artística- los errores cometidos por instituciones, figuras de poder, multinacionales, etc.
Muchas formas hay de denunciar a través de las distintas disciplinas artísticas. La música, el documental, la literatura, la fotografía o el grafiti puede que sean las más generalizadas, pero también podemos encontrar en el arte conceptual una forma de denuncia efectiva, que, aunque no tan extendida, sí que puede llegar a ejercer una fuerte influencia. Hablamos de una reflexión que quede en el espectador incluso tiempo después de haber analizado la obra o el diálogo que varias puedan ofrecer en su conjunto. Reflexiones que den a relucir realidades que no se conocían o de incluso hacernos cambiar de criterio.
La polémica como aliada del artista
Un simple ejercicio relacional podría hacernos deducir algo muy sencillo: los medios de comunicación de masas, internet, y más concretamente, las redes sociales, son un fuerte aliado para el artista que quiera hacer eco de su denuncia. Por lo que cuanto más controvertida sea su intervención, más polémica creará, y por tanto, más cobertura mediática recibirá.
Pero sin intención de tirar la toalla y recordando a Maquiavelo: “el fin justifica los medios”. La polémica es una fuerte aliada de estos artistas activistas y cuanta más discusión cree la obra, más eco provocará en los medios de comunicación; medios que podrían dar una perspectiva favorable, los cuales formarían parte de ese contrapoder. Sin olvidar las redes sociales, donde los temas más controvertidos corren como la pólvora al ser viralizados por los usuarios.
Espectador, deja que el artista te guie
El espectador es sorpresa, nunca sabremos cuál será el meme más popular o el vídeo viral del momento. Es alguien que, por mucho que los estudios analicen para ir un paso por delante y advertir qué tipo de obra querrá degustar, es, por suerte o por desgracia, quien irá siempre en cabeza y quien por tanto -ya sea para adquirir Salvator Mundi de Da Vinci por 450.312.500 dólares o para encargar retratos a lápiz por encargo por 120 euros-, marcará el siguiente paso a dar para el creador de aspiraciones comerciales. Todo lo contrario para aquellos artistas que pretendan cambiar el mundo y ofrezcan obras incómodas y reflexivas para el espectador; o para aquellos artistas que trascienden o trascendieron por el mero hecho de hacer lo que les apetecía y les inquietaba, sin estar sujetos a los designios del mercado del hoy o al de los patronos del ayer. Creadores que encuentran en el arte un lenguaje para provocar el cambio y la transformación.
Queda por tanto la pregunta de si son en definitiva los artistas los que deberían marcar las nuevas tendencias. Puede que en sus manos esté regenerar una iconosfera gestionada por el bigdata, alimentada por la repetición de imágenes y repleta de contenidos banales que está pidiendo a gritos ser regenerada.
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