Muy a cuento nos vienen Luigi Pirandello, premio Nobel de literatura, y su Enrique IV, (1922), para esta época de máscaras y filtros. Lo digo porque estamos viviendo en una sociedad donde la apariencia es más importante que la verdad. Donde tratamos de aparentar aquello que no somos, o aquello que anhelamos ser, ante el ojo que todo lo ve y todo lo juzga, y teje una red con lo que hipócritamente mostramos, que en la mayoría de casos no tiene nada que ver con lo que somos.
La realidad y la sencillez se han alojado en un rincón, dentro de un pequeño armario, del que solo unos pocos tienen la llave. Porque esta verdad asusta y molesta tanto, que no queremos verla e incluso dudamos de su existencia.
“Somos engañados por la apariencia de la verdad.”
(Horacio).
Índice de contenidos
- El espejo en el que no queremos mirarnos.
- Toda realidad es un engaño. El contexto de Enrique IV.
- Las verdades de la obra de teatro Enrique IV.
- Meta-Teatro y puesta en escena.
- Hijos de la misma raíz. La compañía.
El espejo en el que no queremos mirarnos
Pero para eso tenemos el teatro, bueno, el arte en general, para ponernos frente a las cosas que son verdad y nos molestan, para que las veamos tal como son y no nos quede más remedio que la reflexión. ¡Qué afortunados somos de poder experimentar la sensación de reflejo con el arte! Y eso es precisamente lo que el director José Bote, ejerce en nosotros con su versión de Enrique IV.
Bote nos recuerda que la verdadera verdad, valga la redundancia, está ahí, justo delante de nosotros, pero es un espejo en el que no queremos mirarnos por miedo de lo que vayamos a encontrar en él y no sepamos como sujetarlo. La pieza nos invita a la meditación sobre el universo de las apariencias y hasta dónde somos capaces de llegar para que la verdad salga o no, a la luz.
Toda realidad es un engaño. El contexto de Enrique IV
En la pieza, Pirandello nos describe a la alta sociedad de principios de siglo, en la que los buenos burgueses hacen bailes de máscaras, conspiran entre ellos y juegan a ser dignos. Como si todo lo demás no importase, como si el hecho de que media Europa se desangrase por la Primera Guerra Mundial no fuera con ellos mientras siga habiendo una fiesta a la que acudir. Así, con este panorama, se contextualiza la historia.
Bien, en una de esas fiestas -cómo no de máscaras-, el anfitrión, durante la algarabía y el bullicio, cae accidentalmente del caballo. Pierde el conocimiento y cuando despierta cree, en su agitada cabeza, que es el mismísimo Enrique IV, rey de Castilla; personaje del que iba disfrazado. Y por miedo a que se trastorne más y no poder beneficiarse de ello, todos fingen que lo es.
Con lo cual, la farsa está servida. Amigos, familiares, sirvientes… Todos Juegan, durante años, al juego del teatro en el más amplio, complejo y estricto sentido de la palabra: personajes, vestuario, escenografía, textos, elementos de la época, etc., repitiéndose cada día, desde que el “rey” se levanta hasta que se acuesta. Una verdadera locura en la que los personajes pondrán a la vista de todos aquello de que en un mundo de cuerdos, el loco es el rey.
Las verdades de la obra de teatro Enrique IV
Durante toda la obra hay dos verdades: una absoluta, y es que todos mienten al rey y aparentan ser lo que no son; y otra oculta, y es que el Rey sabe que mienten y aparenta no saberlo. Resulta ser un loco muy cuerdo, que mantiene la mentira ocultando su verdad, para desenmascarar a los buitres que tiene alrededor. Y lo consigue.
Luis Martínez Arasa hace una interpretación impecable de este personaje. Un trabajo complicadísimo y agotador, con un dominio del oficio, comprometido con la verdad, y que solo los artesanos como él pueden conseguir. Su magnífica actuación se completa con un reparto de nivel, con profesionales de largo recorrido, quienes defienden estoicamente unos personajes satélites que emanan del protagonista para poder sobrevivir.
“(…) somos nada, sin alguien que suba allí y nos haga representar alguna escena. Está, ¿como diría yo…? Está la forma y falta el contenido (…)
Landolfo. Acto I. Enrique VI.
Meta-Teatro y puesta en escena
La obra, puesta en escena por el talentoso equipo de la compañía murciana Teatro de la entrega, nos trae esta historia meta-teatral y nos la cuadra en nuestra, más o menos cercana, actualidad. Trata de ser a atemporal, y casi lo consigue. Pero tampoco le hace falta, porque el tema ha existido desde siempre y lamentándolo mucho, nunca pasará de moda. Ahora fingimos, tras un perfil digital, ser quien no somos. (Quizás te interese leer sobre la teoría de la acción social de Erving Goffman).
Jorge Fullana, encargado del diseño de escenografía e iluminación, actúa acertadamente con ambos componentes teatrales. Es casi mágico ver cómo una escenografía tan bien pensada sirve para crear diferentes espacios y situaciones. Es funcional, porque nos traslada a los dos estadios de la obra, el real y el falso. Se basta para ello de una enorme caja metálica que recuerda a los antiguos carromatos que usaban los cómicos para ir de pueblo en pueblo.
Un cubo nos hace ver que todos, de alguna manera u otra, podríamos estar dentro. Funciona como una anteojera que no te deja ver más allá. Ayuda a completar el concepto meta-teatral, presente en toda la obra, donde vemos el teatro dentro del teatro. Una metáfora para la vida dentro de una caja, en la que los personajes se mueven atraídos y manejados por la farsa. Un engranaje nada fácil de manipular, pero que los actores, con un exhaustivo trabajo de coordinación, resuelven a la perfección.
Hijos de la misma raíz. La compañía
El reparto, está muy bien elegido y es asumido con veracidad por los actores. Sus personajes atienden a la división social de le época. De un lado; los sirvientes. Y del otro; la élite. El primer grupo, interpretado por Nico Andreo, Rocío Herrero y María Alarcón, quienes ostentan y lo demuestran, tener un gran conocimiento de los usos de la comedia y el enredo: ritmo, energía y cuerpo. El segundo grupo, compuesto por Eva Torres, Juan Pedro Alcántara y José María Bañón, cuya presencia escénica no podría estar más consolidada, situando a sus personajes al otro lado de la balanza y de la comedia. A ellos debemos sumar el resto de equipo técnico y artístico que lleva detrás y hace que, lo escenificado sea una producción de calidad, artística y humana.
Hijos todos de la misma raíz, de la misma madre teatral; la que nos vio nacer y nos vio crecer. La madre ESAD de Murcia que tanto talento alumbró, alumbra y alumbrará. Da gusto y orgullo ver la cantidad de profesionales de calidad que hay en la Región, y es una suerte que los gestores del Teatro Capitol de Cieza apuesten por ellos y podamos disfrutarlos. Desde este humilde púlpito, gracias y a seguir sumando.
Otros artículos de tu interés:
- La perspectiva del suricato. Cuando la inclusión está bien hecha.
- Sé infiel y no mires con quién. La comedia de las cosechas.
- Nada, de Ferrer y Weidmann, la obra de arte total. (Danza Acrobática).
- El cuadro mal llamado Guernica. Charla con el Dr. José Barbadilla. (Significado cuadro Guernica).
- La fiesta del Chivo de Vargas Llosa. Adaptación teatral con Juan Echanove. (La fiesta del Chivo teatro).
- Cría cuerdos. La crítica de Deconné entre distopías, identidades y espejos. (crítica teatral).
- Alfonsina Storni: historia de una transgresión.
Actriz, profesora, directora y creadora de historias. Observante de la vida para contarla y aprendiz de poeta.