Envueltos en un huracán digital, necesitamos agarrar algo, pero se nos escapa. La nostalgia está cada vez más cercana y difusa. El ciclo de tendencias es cada vez más rápido. Mainstream, aburrimiento, ironía, nostalgia, mainstream de nuevo y vuelta a empezar. Al acelerarse y perder la noción de temporalidad, los tiempos se solapan: lo que tiene que volver ya volvió y vuelve más rápido. En algún momento todo lo oculto pasa a ser consumible y de esta manera cualquier posibilidad de futuro real es difícil de imaginar. Las utopías actuales son más utópicas y más cercanas también. En su más reciente novela, Leave Society, Tao Lin se pregunta cómo sería dejarla.
El posmodernismo buscó referencias pasadas y revivió clásicos haciendo novedad de ellos. Reflejando la cultura consumista, criticando o no, pero siempre hablando de sí misma. La cultura es determinantemente autorreflexiva, pero las formas de esas reflexiones aún sorprenden: eso que queremos agarrar cada vez es más cercano y la materia de la reflexión está compuesta por un material similar.
Índice de contenidos:
Reversión de la nostalgia
Lo consumible no se actualiza para buscar nuevas respuestas o inventar algo futuro, sino que es un proceso eterno de lo que ya pasó, el entendimiento del presente queda anclado en el pasado que no se pudo integrar. Lo que ya pasó y ya se vio necesita verse de nuevo y lo que pasó es una cuestión del ayer más reciente.
Antes de la sobreexposición, de la sobre comunicación, de la sobre socialización, todo era un poco menos curado, más caótico. En algunos lugares de nicho se está reviviendo el principio de los dosmildiez, un tiempo del que todavía tenemos rastros en nuestros propios cuerpos. Un ejemplo reciente: en los dosmildiez internet estaba en su fase adolescente, era algo más ingenuo, un lugar donde se mostraba algo de ese lío, con el eco de las crisis y las aventuras del descubrimiento pasado personalizado, desprolijo y menos espejado. El asombro todavía reinaba y el comienzo de algo que ahora es un hecho queda en los rastros inevitablemente graciosos e inocentes donde incluso alguien que no lo vivió puede reconocer la ternura típica de cualquier comienzo. Recordamos un pasado con un poco menos de corrección, un espacio un poco más libre con más recovecos. Un tiempo un poco más descuidado y menos perfilado a la presentación pública.
Que todo el tiempo pasado fue mejor es una ilusión de confort que nos queda bien, pero todo esto ya pasó y va a pasar de nuevo. El escape de la realidad en un tiempo anhelado está en todas partes, en todos nuestros consumos pero no cómo es posible el escape si esos tiempos que recordamos ya eran nostálgicos, autoconscientes e irónicos. Volver a eso se vuelve algo enceguecedor y aprieta.
Ironía aletargada
Todos los gestos que retoman la nostalgia son irónicos, satíricos o pretenden ser provocadores. No sabemos distinguirlos entre sí o si son todos a la vez. No queda más que reír y reír en una risa maníaca en un loop paródico.
«La parodia mantiene relaciones especiales con la ficción, que constituye, desde siempre, la clave de la literatura… en verdad, la parodia no sólo no coincide con la ficción, sino que constituye su opuesto simétrico. Porque la parodia no pone en duda, como la ficción, la realidad de su objeto: éste es, de hecho, tan insoportablemente real que se trata, más bien, de tenerlo a distancia. Al «como si» de la ficción, la parodia opone su drástico «así es demasiado» (o «como si no»). Por esto, si la ficción define la esencia de la literatura, la parodia se mantiene, por así decir, en el umbral, tensionada obstinadamente entre realidad y ficción, entre la palabra y la cosa».
Fragmento de Giorgio Agamben. Profanaciones.
Los memes absorben un elemento de la cultura popular, lo entienden y adaptan para un contexto específico, usualmente conectándolo a otro fuera del campo del original. Reflejan, crean y magnifican la cultura. Remixan el contenido y se convierten en una unidad de transmisión cultural. Como última expresión del tiempo, abarcan todo y son nuestra propia manera de procesar las cosas inmediatamente. Procesando información de una manera que hace parecer que nada es tan importante, ya sea porque no importa o porque se sobrentiende.
Tal vez los memes sean una manera de lidiar con la angustia que trae tanta información. ¿Crítica y rendición? Como casi todo: ambas y ninguna. Hanson O’Haver dice en su artículo The Great Irony Level Collapse que el nivel de consumo, lo que está de moda, la ironía y la seriedad son difícil de distinguir y se pasa de categoría todo el tiempo, haciendo difícil entender el nivel en el que se consume algo, no porque una tenga más valor que otra, si no para entender las distintas lecturas que se hacen de un mismo producto.
Puede ser que sea una forma de entender el frenesí del que no pudimos darnos cuenta mientras estaba pasando. Extrañamos lo que se nos pasó demasiado rápido por estar extrañando otra cosa. No podíamos estar al día en ese momento y ahora mucho menos, entonces en cierta manera nos estamos poniendo al día con eso otro, lo que a la vez expresa un profundo desentendimiento: queremos agarrar significado de algún lado.
Fantasmas, violencia y consumo
Grafton Tanner en su libro Babbling Corpse habla del vaporwave como producto de una cultura plagada por trauma y regresión en el capitalismo tardío. Mezclando nostalgia, consumismo y lo siniestro con lo digital. Dice que aparece como una alternativa a la sentencia de no alternativa, supuestamente con una postura crítica de lo que la cultura del consumo ha hecho con el tiempo y el espacio.
En este género musical, ya acabado y cristalizado en un pasado cercano, la nostalgia era deformada y devuelta en forma espectral. Los samples dejan de parecerse, se loopean hasta parecer graciosos y los efectos, el glitch es a veces disturbing. Algo que funciona mal; la distorsión enfatiza el mal funcionamiento, como si estuviésemos arreglando esas máquinas: la artificialidad expuesta de una manera fantasmal.
Por otra parte, los sonidos de la PC music: extremos, violentos y artificiales. Haciendo un pop energético y barroco que sigue siendo un remix pero une todo de manera hiperbólica. También saca cosas de los primeros días de internet y la música que sonaba en ese entonces. También se nutre de la cultura del consumo y de la publicidad y parece existir en y por internet. Cuanto más pone, más revela, dejándola tan literal como ambigua, se esconde y se devela en un collage del collage. Otra parodia con una estética cyber hecha en un laboratorio mostrándola como un posible futuro cercano.
Ambas parecen ser muestras de una olla a presión a punto de explotar. Las contradicciones e incongruencias explotan como chispas donde el delirio puja por salir en libertad. No sabemos para qué lado va a ir este supuesto colapso: si del lado de la restauración o del lado de la destrucción total. Pero parece pasar por el costado dejando una constante sensación de locura final. Parecen ser muestras de la cercanía de un choque aceleracionista, los autos pasan cerca y cada vez más rápido.
Rendición o consuelo
Frente al escepticismo que provoca el no entender, queremos sentir algo. No importa qué. Y si no sabemos exactamente qué forma tiene, mejor. La confusión de la generación bisagra que no entiende un concepto claro de realidad y las nuevas generaciones para los cuales el colapso ya es la norma y tienen dos caminos: o se manejan en ese estado o buscan tradición, historia y tangibilidad como contrarespuesta.
En el post todo aún queda la nostalgia como el último gesto concreto, aunque eso que se revive es algo extraño, aún se puede describir. Difusión total en estado gaseoso o nostalgia eterna, cercana y futura. No es en realidad un desencanto o una desespiritualización, sino que todos los planos colapsan en uno empujándonos a algo caótico y desconocido.
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