De la negociación a la disciplina con la batería
La verdad es que podría haber puesto 15 años, o 20, o 10… Me explico: la primera vez que este periodista se sentó ante dicho instrumento, ese conjunto de tambores que llamamos batería, todavía usaba pañales. Por eso no sé desde cuándo debo empezar a contar. ¿Desde el primer golpe a un parche? ¿Desde que entré en mi primera banda? ¿Desde la primera clase? ¿Desde que empecé a aprender canciones de AC/DC en el salón de mi abuela? Benditas seáis tú y tu sordera, Tere.
Mi relación con este instrumento ha tenido algunas idas y venidas. Ha habido etapas en las que he practicado 10 horas semanales y otras en que no he cogido una baqueta en meses. En cualquier caso, desde hace 15 años este instrumento es un pilar fundamental de mi vida. He dado alrededor de 50 conciertos —en escenarios pequeños y no tan pequeños—, he tocado con más músicos de los que puedo recordar y voy camino de publicar mi tercer disco, el primero de larga duración.
Si te cuento todo esto no es porque me apetezca presumir de currículum, querido lector, sino para explicarte que en todo este tiempo he aprendido cosas que van mucho más allá de dar golpes a parches de plástico y platos de metal. Tomado en serio, un instrumento te educa en muchas habilidades físicas, sociales y psicológicas. No estoy descubriendo el Nilo, ni mucho menos. Sobre esto hay escrito ríos de tinta avalados por la ciencia. Pero quizás tras leer estas líneas descubras detalles que nunca hubieras imaginado de lo que pasa por la cabeza del loco que está al fondo del escenario meneándose como un epiléptico.
Aquí van 25 cosas que he aprendido tocando la batería:
1. Que los baterías somos músicos. Con todas las letras. Vale, no sabremos hacer escalas o distinguir una quinta de una séptima aumentada, pero pídele a un cantante o a un guitarrista que marque un patrón rítmico diferente en cada extremidad. Ahí os quiero ver, chatos.
2. Que nunca vas a ser el mejor, ni falta que hace. Aprender un instrumento es competir contra uno mismo, no contra los demás. Si quieres compararte con alguien, compárate con tu yo del pasado e intenta siempre salir ganando.
3. Que todo lo que tocas suena genial hasta que te grabas. Ahí descubres que en realidad vas desacompasado, que a tus fills les falta contundencia, que no tienes dinámica… En definitiva, que tocas fatal. El micro no engaña.
4. Que la batería está para servir a la canción -como cualquier otro instrumento de una banda- y no a tu ego. De nada sirve el lucimiento personal si la canción no suena. El batería perfecto se parece más a Jeff Porcaro (grabó más de 1.000 discos pese a su prematura muerte a los 38 años) que a Buddy Rich o Thomas Lang (grandes solistas y técnicos que, seguramente, nunca entrarán en tus listas de reproducción). Por tanto, humildad y amplitud de miras.
5. Que el metrónomo puede ser tu peor enemigo o tu mejor amigo. Es preferible que sea lo segundo, por frustrante que resulte al principio. Pero llegará un momento en que sea tu mejor aliado para tocar bien e incluso lo eches de menos cuando practicas.
6. Que nadie te viola la mente —rítmicamente hablando, claro— como Stewart Copeland. Y lo mejor es que el condenado lo hace sin que te des cuenta. ¿No me crees? Ponte el Outlandos d’Amour de The Police y fíjate en lo que hace.
7. Que tener una banda es como tener pareja: puede ser frustrante, le dedicarás tiempo y dinero, habrá idas y venidas, habrá broncas y lágrimas… pero si das con la adecuada puede ser lo mejor que te pase en la vida.
8. Que tus ideas —¡por increíble que parezca!— no siempre son las mejores. Hay que saber aceptar una crítica y escuchar a tus compañeros. Ellos quieren lo mismo que tú, que la canción suene. Por tanto, paciencia, concordia y mente abierta. (Aplíquese a cualquier trabajo en equipo).
9. Que no debes fiarte del músico que presume de habilidad o del dineral que se ha gastado en equipo. Por norma general, cuanto mayor es el ego, peor es el instrumentista. Quien se cree dios, rara vez se ha enfrentado al estudio de grabación o a un público de más de 100 personas. Quien de verdad sabe tocar, también sabe lo mucho que le queda por aprender.
10. Que las DAW (estación digital de trabajo de sonido, por sus siglas en inglés) son tus aliadas. Un manejo básico de Cubase, Studio One, Sibelius o cualquiera de las mil que hay va a optimizar tu trabajo y ayudarte a construir las canciones con mucha más eficiencia.
11. Que este es un instrumento caro. Muy caro. A menudo me pregunto por qué coj… no elegí la flauta.
12. Que lo anterior no es razón para comprar toda la paja que te quiere vender la industria. Que si cencerros de mil millones de tamaños, platos con agujeros, pedales con un diseño espectacular… No caigas, amigo. Compra con cabeza y teniendo siempre presente que importa más el instrumentista que el instrumento.
13. Que no hay mejor sensación que salir del estudio de grabación contento con el trabajo que has hecho. Es como entregar un proyecto importante en el trabajo, con la diferencia de que lo has hecho para ti y no para tu jefe o un cliente. Sí, da gustirri.
14. Que una mala postura puede provocarte lumbalgia a los 25 años (doy fe). Ponte derecho o serás el primero en la línea para heredar el andador de la tía Remigia.
15. Que la paciencia y la perseverancia dan sus frutos, aunque a veces desees quemar tu batería porque no progresas. Elige tus batallas, ten claro a dónde quieres llegar y dale duro. Vamos, como en la vida misma.
16. Que hacia la excelencia no hay atajos, por muchos vídeos de YouTube que te vendan “manos más rápidas en 5 minutos” y cosas así. Bullshit.
17. Que tocar un instrumento no genera automáticamente una lista de espera de mujeres que quieren pasar por tu cama. No, chato, no. No estamos en los 80, ni vives en Sunset Bulevard, ni tocas en Motley Crue. Menos pelis.
18. Que las demonizadas redes sociales —hogar del bulo y el linchamiento público— también han ayudado a muchos genios en su camino a la cima. Véase a Justin Scott, El Estepario Siberiano, Wojtek Deregowski o Mikel Gómez, por nombrar algunos.
19. Que los prodigios con un talento innato para el instrumento, como John Bonham o Dave Lombardo, son un caso entre 10 millones. Así que practica más, leñe.
20. Que el elemento más expresivo de la batería seguramente sea el charles (o hi-hat) y que una buena sensibilidad en el pie izquierdo puede añadir infinidad de matices a la canción.
21. Que ese mismo pie lo puedes usar para tocar otro pedal que va al bombo (bendito invento el doble pedal). Con poquita técnica se pueden hacer maravillas.
22. Que si existe un dios —o algo que se le parezca— bajó a la tierra encarnado en Gene Hoglan y/o Carlos Cruz para regalarnos algunas de las mejores canciones de metal extremo que se han hecho.
23. Que a veces los mejores ritmos para una canción salen de la mente de otro compañero de banda que no tiene los mismos cuatro patrones de siempre grabados en la psique. Escúchalos y saldrán cosas interesantes.
24. Que el batería es el primero en llegar y el último en irse. Pasa en los ensayos y, sobre todo, en los conciertos. Mientras tú te partes la espalda cargando material, el cantante ya le ha entrado a todas las chicas de la sala. Es lo que hay. Esta es una batalla perdida desde siempre. Pero, a cambio…
25. Somos un animal en peligro de extinción y estamos muy solicitados. No te conformes con la primera banda que llame a tu puerta y busca siempre a quien te aporte mucho en lo personal y, sobre todo, en lo musical.
Probablemente la conclusión más importante que saco tras estas divagaciones es la siguiente: nunca, nunca se deja de aprender este instrumento, ni ningún otro. Quien te diga que no le queda nada por aprender a la batería, miente descaradamente. Por eso estoy convencido de que dentro de 15 años, si sigo tocando, podré añadir otras 25 cosas a esta lista. Seguro.
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